El adiós del Nobel
La última novela de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio (2023), en perspectiva.
Una llamada telefónica que desconcierta y resucita una obsesión. El fuego del entusiasmo que enciende el espíritu de un hombre mayor. El asombro de una revelación que llena de significado una existencia. Y la esperanza de una teoría que hermane a todo un país a través de la música.
Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023), la novela de Mario Vargas Llosa que concluye más de 60 años de actividad narrativa dedicada principalmente a ese género amplio y abarcador, tal vez sea el libro menos experimental o desafiante del autor. Pero también es uno de los más transparentes sobre gustos y rechazos a los símbolos, costumbres e idiosincrasia que identifican a los peruanos.
Al mismo tiempo es un digno adiós del Nobel a la ficción.
Toño Azpilcueta se integra al inventario de personajes -típicos de Vargas Llosa- cuya pasión, disimulada o atenuada por las circunstancias, permanece oculta hasta que un acto fortuito la hace estallar. Así despega la novela.
La llamada de un académico -José Durand Flores- que le notifica la aparición de un prodigio de la guitarra, Lalo Molfino, dispara la chispa inquisitiva del protagonista, quien lleva la vida de un modesto profesor de dibujo y pintura, así como de escritor esporádico de artículos sobre música criolla.
Renacen entonces en Azpilcueta las metas sin alcanzar y desempolva sus fichas de la vieja tesis doctoral que no concluyó para emprender una meta más ambiciosa: escribir un libro que enlace la vida de Molfino, un chiclayano fallecido prematuramente, con la historia del vals peruano.
Lo guía, además, la teoría de que los acordes, la raíz popular de ese género pícaro, popular y sentimental unificará a los peruanos. Lo que no lograron la geografía, los mitos, las miserias comunes y los héroes nacionales, lo logrará la música.
Forma y fondo
La historia se desarrolla de manera lineal, aunque paralela a la investigación infructuosa de Azpilcueta para develar el misterio que representa Molfino, por un lado; y por el otro, el fruto de sus indagaciones, el libro mismo. El lector asiste de este modo a los avances de este ensayo que se convertirá en la primera y, al parecer, última publicación del protagonista.
Conviven así en la novela dos tipos de escritura. Uno narrativo, que corresponde a las vivencias de Azpilcueta (capítulos impares), y otro de tono confesional, literario, que es lo escrito por él en su libro, el work in progress (capítulos pares).
Lo acompaña, en su fin que justifica muchas horas de trabajo y penurias económicas Cecilia Barraza, su amiga y depositaria de un amor que no se ha atrevido a confesar todavía. La cantante es un bálsamo para la vida agitada del protagonista que se ha volcado de lleno en su misión.
La tarea de Azpilcueta, no obstante, como ocurre con los soñadores y los laboriosos, se desborda. El continente de un ensayo sobre el guitarrista más talentoso del Perú y los orígenes de la música criolla peruana ya no son suficientes. Azpilcueta incorpora mil y un elementos en su libro que desvirtúan su propósito inicial. Y aquí se encuentra el corazón de la novela, que demuestra uno de los temores más grandes de los creadores: la desgracia de caer en la repetición.
La espiral en la que cae Azpilcueta es consecuencia de la fama que ha obtenido junto a los intentos cada vez más crecientes por ensanchar su obra sin un límite claro. Todo lo conduce, finalmente, a abandonar sus pasiones.
Una pequeña, feliz casualidad, sin embargo, revela a los lectores que el eterno idealismo de Azpilcueta sigue intacto.
Los episodios finales de Le dedico mi silencio, aparte de reflejar el extremo al que pueden llevar las manías, nos recuerda la afirmación que dio Vargas Llosa en una entrevista concedida en 1986: “No tengo ningún interés en curarme de mis neurosis. Creo que en mi caso son sumamente fecundas"1.
Respuesta ilustrativa porque más allá de si Azpilcueta sería o no un álter-ego del Nobel, el personaje amputó lo mejor de sí mismo al despojarse de sus inquietudes, de sus obsesiones. Se mantuvo dócil y, en cierta medida, vacío.
El estilo de la novela es más ensayístico que de diálogos y vasos comunicantes a los que nos tiene acostumbrados el autor. De allí, quizás, su matiz autobiográfico (los conocimientos acumulados por Vargas Llosa sobre la música criolla, su admiración confesa por Cecilia Barraza, la flexibilidad de su afición taurina, etc.).
Uno de los pasajes más memorables es el capítulo XXVI del libro, una reescritura con ampliaciones y variantes del que podría ser su mejor artículo: ¿Un champancito, hermanito?2, publicado en 1983. Todo un portento y una disertación brillante sobre la huachafería en el Perú.
El 2023 finalizó con las noticias del retiro del autor de la ficción, primero, y del periodismo, después, matizado con el anuncio de un ensayo sobre Jean-Paul Sartre, libro que en teoría será el último que publique Vargas Llosa. Aunque muchos de sus lectores conservamos aún la esperanza de que aparezca la segunda mitad de El pez en el agua (1993), las memorias que dejaron en suspenso el relato de su vida desde 1958 en adelante.
No hay que olvidar, sin embargo, que Alfaguara edita desde 2022 toda la obra periodística de Vargas Llosa. Ese año se lanzó El fuego de la imaginación y hace poco se anunció que para junio próximo se publicará el segundo volumen titulado El país de las mil caras. Escritos sobre el Perú. El dato es del editor mexicano Javier Munguía.
Le dedico mi silencio es, en suma, una novela que rompe con los tintes épicos de predecesoras de los últimos años como El sueño del celta (2010) o Tiempos recios (2019). Uno halla en aquellas páginas revoluciones interiores, esbozos más personales que aventureros, quizás por la conciencia de una despedida que coloca el punto final a toda una vida dedicada a la producción literaria.
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Mario Vargas Llosa & Coaguila, J. (2019). Entrevistas escogidas. Revuelta Editores.
Artículo recuperado de la página Arkiv Perú.