El Boom inédito y revisitado
Un repaso por las cartas que intercambiaron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar.
Acontecimiento editorial, testimonio imprescindible, libro histórico. Todo es cierto. Los adjetivos hicieron justicia a Las cartas del Boom (Alfaguara, 2023) desde que se publicó en junio del año pasado.
Además de registrar la correspondencia de los cuatro escritores más célebres de Latinoamérica en los años 60, el libro abre un inventario oculto de diálogos que explican toda una época. Una guía privilegiada de navegación por las 207 cartas escritas por los protagonistas de un hito cuyos ecos resuenan hasta nuestros días.
El "círculo de cuatro" -así lo describen los editores en su introducción- comienza con una misiva formal enviada por un joven Carlos Fuentes a Julio Cortázar, en 1955, para pedirle su colaboración en una revista. No transcurre mucho tiempo para que se disuelvan las ceremonias y sean reemplazadas por un tono más amical y afectuoso.
“Nuestros libros nos escriben a nosotros, nos echan hacia adelante o hacia atrás. El suyo [La región más transparente], amigo, le ha dado tal empujón que desde ya espero la hora de leer el siguiente” (p. 58), dice Cortázar a Fuentes tres años después.
La admiración entre ambos es mutua y no tardarán en sumarse a la comunicación epistolar Mario Vargas Llosa en 1959 y Gabriel García Márquez en 1961. Con variaciones en los tiempos para tratarse personalmente, sin embargo, no varía la frecuencia con que todos participan del descubrimiento de sus obras, de algo nuevo y de lo que son parte.
Entonces vemos al Cortázar agudo y ser uno de los primeros lectores de La ciudad y los perros y La casa verde antes de su publicación. Los comentarios llegan también para Cambio de piel, de Carlos Fuentes, quien tras recibir la crítica "a calzón caído" de Cortázar, modifica y añade 40 cuartillas más a su libro.
Fuentes comenta con entusiasmo descomunal la primera novela de Vargas Llosa y dice que ella es:
“la primera gran creación literaria de una ciudad, Lima, y sus gentes; la mejor novela latinoamericana sobre la adolescencia, pero también una gran novela universal sobre el mito doloroso de la promesa, la juventud, la edad de oro mentirosa y espléndida en la que tantas veces son anuncio nunca cumplido (…)” (p. 82)
El peruano confiesa después su "fobia epistolar", el rechazo al género que lo haga participar de cualquier confidencia o sentimentalismo. García Márquez le reprocha en tono amistoso en una de sus primeras cartas que estuvo "inencontrable", luego espera con expectación "la novela del guardaespaldas" (Conversación en La Catedral) para leerla.
Todos admiran también el cosmopolitismo y la ingente cultura de Fuentes que incorpora en sus charlas y novelas las tendencias del momento, las técnicas y el gusto por el cine.
El clímax
No solo se observa amistad y ambición por las novelas totalizantes en cada miembro del Boom, sino un férreo rechazo al folklorismo, a lo telúrico, que observan con remilgos por la exuberancia de su escritura, por un arraigo que identifican con el nacionalismo.
Ese deslinde común los conduce a la aventura, a la modernidad, a la experimentación con un ángulo propio, disciplinado y por supuesto, latinoamericano.
La correspondencia tiene además el mérito de derribar varios mitos, como el de la dedicación única y exclusiva de García Márquez a la redacción de Cien años de soledad. Lo cierto es que, en paralelo, el colombiano también elaboraba "churros" -guiones cinematográficos para producciones comerciales en México- con el fin de subsistir económicamente.
Entre 1965 y 1970, bullen y hierven la creatividad literaria, el espíritu de camaradería, el entusiasmo por cada novela escrita, por cada libro de cuentos compartido para comentarlos enseguida y recomendarse nuevas lecturas.
Vargas Llosa asegura que Cambio de piel, de Carlos Fuentes es “un libro revolucionario desde el punto de vista de la técnica narrativa, la primera novela exclusivamente visual" (p. 239).
Rita Macedo, esposa de Fuentes, se convierte así en la "Macedonia" en palabras de García Márquez, este en el "Coronel" según el mexicano; Cortázar en el "Sumo Cronopio"; Fuentes en "Águila azteca", "Máster", "Magíster" o más campechanamente “Magisterazo”, y Vargas Llosa en "Gran Jefe Inca" o "Cóndor andino". En cada carta se manifiesta el lenguaje del compadrazgo y la celebración.
Es en este periodo donde Fuentes, siempre articulador y entusiasta, pone en marcha como un engranaje la idea de escribir "Los Padres de las Patrias" o "Los Benefactores", un proyecto que agruparía a los autores del momento para elaborar los perfiles de un dictador de su respectivo país de origen.
Además de los cuatro puntales del Boom, participarían Jorge Edwards, Augusto Roa Bastos, Miguel Otero Silva, Alejo Carpentier y otras luminarias. Al fin y al cabo, América Latina no tenía precisamente escasez de políticos autoritarios ni de buenos escritores.
Pese a las grandes perspectivas, la idea del gran libro sobre los dictadores no se pudo concretar.
El final
Nunca quedó tan de manifiesto como en Las cartas del Boom la importancia que tuvo la Revolución Cubana en la orientación política de los cuatro escritores, así como los primeros indicios de una ruptura inminente con la causa de Fidel Castro.
Los detonantes: una creciente intolerancia contra los opositores, el proceso por sedición contra el autor Walterio Carbonell y, desde luego, el evento que zanjó el asunto con Cuba, el caso Padilla. Desde entonces, comenzó también una escisión lenta pero irremediable en el grupo.
Vargas Llosa reconoce la coherencia de Fuentes en su separación de Cuba; y a la vez tanto García Márquez como Cortázar -el más comprometido con la causa de la Revolución- conservan sus vínculos con la administración socialista hasta el final de sus días.
Con todo, García Márquez afirma en 1967: “Que no se les olvide que somos escritores independientes, que estamos con ellos por convicción y no por miedo de que nos pongan presos” (p. 200). Y Vargas Llosa lamenta en 1971, cuando ya la cuestión con Cuba está mucho más clara y distante por los atropellos cometidos:
“Estoy convencido de que no nos hemos equivocado al protestar, y de manera clara, sobre los sucesos de Cuba (…) una copia mala e inútil de las peores mascaradas estalinistas. (…) Sé que Julio [Cortázar] está muy golpeado, pero no quiso firmar la carta de protesta, me imagino que por influencia de Ugné (…). Gabo no abrió la boca, lo que es una lástima porque una toma de posición clara de él hubiera sido enormemente útil” (p. 355-356)“
Otros sucesos de igual importancia en la vida de cada uno los aparta todavía más, aunque se mantienen el respeto y la admiración mutuas por las obras realizadas.
No se equivocan los editores al afirmar que la correspondencia -complementada inteligentemente con referencias, índice onomástico, manifiestos y cronologías- es de gran relevancia para la comunidad académica y el seguimiento histórico de un cuarteto cuya huella es más grande que la que dejaron, por ejemplo, los escritores de la Generación del 27 o del Modernismo.
El libro no hubiera sido posible sin las minuciosas investigaciones y estudios de los cuatro editores que recopilaron las misivas en las Universidades de Princeton, Texas, y los archivos personales de los miembros del Boom.
Por eso el reconocimiento de esta labor titánica, auténtico libro para la historia hacia los peruanos Carlos Aguirre y Augusto Wong, así como el mexicano Javier Munguía y el británico Gerald Martin. Este último célebre por trabajar la biografía de García Márquez y tener en marcha la de Vargas Llosa.
No habrá en muchos años, o hasta que aparezca una nueva generación de escritores del mismo talante, otro libro igual.
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